Foto: Unsplash, Joel Durkee
En plena dictadura de Augusto Pinochet, el que fuera premio nobel de economía, Milton Friedman, dió una conferencia en Santiago de Chile en la que afirmó lo siguiente: “He sido informado que el gobierno ha adoptado muchas medidas que están de acuerdo con la orientación que sostengo y defiendo. Ha habido un esfuerzo para devolver actividades al sector privado.
Se han hecho esfuerzos para reducir los gastos del gobierno y el déficit gubernamental. Ha habido una reforma tributaria y también hay un compromiso para reducir las barreras aduaneras y los controles de precios y salarios” (Friedman, 1975).
Friedman y Hayek (también premio nobel) fueron la punta de lanza académica de las premisas del neoliberalismo. Aunque siempre se habla de Thatcher y Reagan como los propulsores del mismo, para cuando éstos llegaron al gobierno, las ideas keynesianas ya habían sido purgadas de los pasillos del FMI y del Banco Mundial (Harvey, 2007).
Las premisas reivindicadas por Friedman en Santiago de Chile eran ya hegemónicas en amplios sectores del establishment mundial y, por tanto, privatización, desregulación y la obsesión por el déficit fiscal se habían convertido en el santo grial que guiaría las políticas económicas del mundo. Libre mercado y libre comercio eran las recetas para una economía saludable, y la intervención pública en la economía el cáncer a estirpar.
«El rey mercado se hacía dueño y señor del escenario y su mano invisible centraba y condicionaba todos los debates y políticas económicas de los países al otro lado del muro»
Al igual que Pinochet, Thatcher y Reagan rindieron pleitesía al rey mercado y se apresuraron a aplicar las medidas neoliberales en sus respectivos países. El fin de la experiencia soviética provocó semejante borrachera neoliberal que Fukuyama se atrevió a escribir aquello del fin de las historia (Fukuyama, 1992) y la Unión Europea aprobaba ese mismo año el Tratado de Maastricht, plasmación legal del neoliberalismo en las normas europeas.
A partir de ese momento, el rey mercado pasaría a ser adorado a lo largo y ancho del mundo. La izquierda se batía en retirada[1], y las consecuencias de todo ello se irían viendo en las próximas décadas: privatizaciones de grandes infraestructuras públicas, desgaste o derrumbe (según correlación de fuerzas) del sistema de bienestar social, deslocalizaciones y desindustrialización, desregulación de mercados (financiero, trabajo…), financiarización de la economía y un proceso de acumulación de riqueza y de expansión de la pobreza y precariedad sin precedentes.
«Han pasado cincuenta años desde la conferencia de Friedman en Chile y si en estos momentos levantara la cabeza pensaría que una suerte de nuevo socialismo se ha instaurado en la economía mundial»
La semana pasada Trump anunciaba formalmente el fin de las prebendas que el rey mercado había diseñado para garantizar el libre comercio mundial. Estableciendo fuertes aranceles daba un portazo al proceso de globalización y deslocalización y, con ello, intentaba promover la reindustrialización de EEUU.
En Europa, Francia y Alemania han nacionalizado, por ejemplo, diferentes empresas energéticas en los últimos años y el que fuera en su día fiel paladín del rey mercado y defensor a ultranza del austericismo, Mario Dragui, ha presentado un plan de política industrial en el que solicita una inversión pública anual de la UE por valor de 800.000 millones de euros.
«¿Dónde queda la famosa frase de Solchaga (ministro español de Industria) que se atrevió a decir que la mejor política industrial es la que no existe?»
Y no hace falta irse tan lejos. El rey mercado ha sido también adulado por estos lares. Hasta hace poco las recetas neoliberales han guiado la política industrial del Gobierno Vasco y de las entidades adyacentes. Sacaron a bolsa Euskaltel, vendieron Ibermática, nos decían que Kutxabank tenía desharcese de sus acciones. Ahora corriendo y deprisa nos hablan de la necesidad de fondos públicos o parapúblicos para invertir en la industria del país.
El año pasado la UE aprobaba unas nuevas reglas fiscales para flexibilizar la regulación sobre el déficit fiscal y promover así la inversión pública en el ámbito verde, digital, social y defensa. Trump anunciaba en enero de este año una inversión de 500.000 millones de dólares para avanzar en la carrera de la inteligencia artificial y Von der Leyen anunciaba 200.000 millones de euros con el mismo objetivo. Si todo esto fuera poco, las últimas semanas el establishment no hace mas que repetir la necesidad de más inversión pública, eso si, en la industria de la guerra.
«¿Pero quién es ese adversario audaz que se atreve a poner en jaque el liderazgo de las economías de occidente?»
Ya nadie cree que el rey mercado nos vaya a salvar del enemigo. ¿Pero quién es ese adversario audaz que se atreve a poner en jaque el liderazgo de las economías de occidente? Si, efectivamente, es China y sus nuevos aliados. No tenemos tiempo y espacio para hablar de China, pero simplemente diremos que independientemente de que China se haya desenvuelto como pez en el agua en el sistema capitalista mundial, es más que evidente que la intervención estatal, la regulación y la planificación pública han sido y siguen siendo pilares fundamentales de su acción política y económica.
El rey mercado ha muerto. La mano visible del estado ha venido a sustituir a la mano invisible del mercado. El sistema capitalista se encuentra en plena encrucijada, repleto de crisis que genera su propio desarrollo (económica, ecológica, cuidados, de legitimación…) y sin capacidad de ofrecer ni crecimiento, ni bienestar, ni horizonte de bonanza alguno (Fraser, 2023). En plena crisis sistémica, el estado no ha vuelto para proponer una suerte de nuevo socialismo, sino para rescatar a un sistema que agoniza. Si, esas mismas palabras que utilizaron para capitalizar con dinero público la banca, meses después de reformar la Constitución diciéndonos que el déficit fiscal era negativo.
«El rey (mercado) ha muerto, ¡muera el rey! Avancemos hacia una república económica donde la ciudadanía guíe la política y la política a la economía, no al revés, como hasta ahora»
Y es que a decir verdad, y mal que le pese a Friedman, el estado nunca se fue. Cuando han necesitado dinero para salvar los bancos ahí ha estado el estado. Cuando la economía mundial tembló por la Covid-19 ahí estaba el estado para ayudar con ERTES o planes Next Generation a la empresa privada. Y esto no es cosa nueva, porque durante todas estas décadas, lo que se privatizaba eran los beneficios y lo que se publificaba eran las deudas.
Y mientras tanto, cómo no, el estado ha estado regulando, un día y si otro también, en beneficio del capital mientras la clase trabajadora perdía peso en el PIB y sus condiciones de vida se iban pauperizando. Durante todo este tiempo, las cada vez menores tasas de productividad han sido sustituidas o complementadas por la ayuda inestimable del estado mediante lo que Harvey (2007) ha llamado capitalismo por desposesión. Sin el estado todo ello no hubiera sido posible.
Durante todo este tiempo en el que nos hablaban de la mano invisible lo realmente invisible era la participación de lo público en la economía, eso sí, en beneficio del capital, fuera este financiero o industrial. Y, ahora, por el contrario, la mano visible del estado o de lo público es reclamada diariamente por aquellos que durante décadas habían vanagloriado la institución monárquica (del mercado) coronada por Friedman.
Es evidente, que esta reaparición del estado en la economía no viene, en principio, a defender los intereses de la clase trabajadora y de los sectores populares. Es evidente que la intención es proseguir con esa acumulación privada por desposesión de lo público. En todo caso no debemos minimizar la transcendencia de lo que está ocurriendo y tampoco las posibilidades que brinda el nuevo escenario.
«Ahora, el estado y la política económica aparecen en medio del escenario. Ahora el robo, como la intervención del estado, es visible, a plena luz del día»
Es verdad que el estado ha sido colaborador necesario de ese gran robo que se ha llevado a cabo durante las últimas cinco décadas (o más). Pero por decirlo de forma gráfica, el robo se llevaba a cabo mientras dormíamos, de noche, y mediante un estado que resultaba por ello cada día más famélico e invisible. Ahora, el estado y la política económica aparecen en medio del escenario. Ahora el robo, como la intervención del estado, es visible, a plena luz del día. El autor del libro “Controlar y proteger. El retorno del estado” Paolo Gerbaudo (2023) escribe así sobre ello:
“Cuando se descubre que el Estado brinda más subsidios a las empresas en comparación con los trabajadores, como ha sucedido en muchos países recientemente, se plantea la cuestión de si esta política de protección empresarial es deseable para los ciudadanos y si estos subsidios estatales deben ser incondicionales o deben estar sujetos a condiciones y criterios que sean de utilidad para el bien público” (Gerbaudo, 2023:210).
Un robo es un robo, pero es evidente que la dificultad de sostener un robo y legitimarlo no es lo mismo si lo hacemos de noche y a escondidas o de día y de forma pública. El sistema capitalista necesita si o si de una ideología que lo legitime. Los postulados de la economía neoclásica y la ideología neoliberal han funcionado como sustrato ideológico que legitimaba y sustentaba un régimen de acumulación y depredación sin precedentes. Durante décadas, miles de economistas se han formado en las facultades dando vítores al rey mercado y ellos han cumplido la función vital de legitimar un sistema ineficaz e injusto donde los haya.
«Somos capaces de plantar batalla y reivindicar la intervención y planificación pública en favor de un nuevo sistema económico y social, más democrático, más igualitario y más justo»
Sin embargo, una economía basada en el robo público a plena luz del día no puede servir para legitimar durante mucho tiempo un sistema patriarcal y capitalista, injusto socialmente y con consecuencias medioambientales devastadoras. Desde luego, ello no tiene porqué seguir siendo así si somos capaces de plantar batalla y reivindicar la intervención y planificación pública en favor de un nuevo sistema económico y social, más democrático, más igualitario y más justo.
Se acabó el tiempo de retirada para la izquierda. No podemos limitarnos a contabilizar los millones que quieren gastarse en armamento o regalarles a sus amigos empresarios de la inteligencia artificial (sea Elon Musk o las empresas de Euskorpus). Ello es absolutamente necesario, pero no suficiente.
Hay que decir que se ha acabado el TINA (There is not alternative) de Margartet Thatcher y que si hay alternativa. Ésta pasa por un sector público fuerte que controle los sectores estratégicos de la economía, que planifique y dirija la economía y asegure la transición ecológica y social que necesita el planeta. Unas administraciones públicas que garanticen la calidad de los servicios públicos actuales y pongan en marcha los nuevos como, por ejemplo, el servicio público de cuidados.
Un sector público que garantice el derecho a la vivienda, a un trabajo digno, a la banca pública, a la telefonía o la digitalización pública y libre. Una intervención pública en la economía que democratice la economía, invierta el proceso de acumulación y haga de la justicia social su principal referencia. Aquellos que nos dijeron que el estado debía de adelgazar vienen ahora a engordarlo, pero para favorecer a los de siempre. Por tanto, dinero haberlo haylo, el problema es cómo se reparte y para qué se utiliza.
“El rey (mercado) ha muerto, ¡muera el rey! Avancemos hacia una república económica donde la ciudadanía guíe la política y la política a la economía, no al revés, como hasta ahora.
P.D: Por cierto, en esa república económica mundial los pueblos sin estado deberíamos tener la opción democrática de tener nuestro propio estado y guiar y planificar nuestros recursos y nuestra economía para garantizar el bien común.
[1] Sólo tres parlamentarios de Herri Batasuna votaron en contra del Tratado de Maastricht en el Congreso y ocho de los diecisiete parlamentarios de IU se abstuvieron. El resto del Congreso español votó a favor en masa.
Bibliografía:
Fraser, N. (2023). Capitalismo caníbal. Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia. S. XXI Editores.
Friedman, M. (1975): “Milton Friedman en Chile. Bases para un desarrollo económico”.
Fukuyama, F. (1992): El Fin de la historia.
Gerbaudo, P. (2023): Controlar y proteger. El retorno del estado. Verso.
Harvey, D. (2007): Breve historia del neoliberalismo. Akal.