SINADURAK

Floren Aoiz

Iratzar Fundazioa

Afectos comunes soberanistas para tiempos sindémicos (I)

2020-11-11

Del cruce de estas dos preocupaciones surge el eje de mi reflexión: ¿por qué la izquierda transformadora tiene tantas dificultades a la hora de liderar y articular políticamente el malestar ante shocks colectivos como esta pandemia, que ha hecho saltar las costuras del neoliberalismo mostrando sus peores efectos y su incapacidad para preservar la vida?


♦ Publicado en catalán en la revista Catarsi: Afectes comuns sobiranistes per a temps de sindèmia I 

 

Esta reflexión -que ya bosquejé en el periódico vasco GARA[1]- parte de una doble preocupación. En primer lugar, por la expansión de formas de negacionismo de la pandemia COVID 19 y teorías de la conspiración de todo tipo, que en un primer momento podían parecer patéticas y alocadas  pero anecdóticas y que han ido tomando cuerpo como un problema cada vez más relevante a nivel general y también en ámbitos de los movimientos sociales y la política emancipatoria. Mi segunda inquietud es que a estas alturas desde algunos ámbitos del pensamiento crítico-trasformador se levanta la bandera de una racionalidad y una ciencia idealizadas frente a unas expresiones de malestar descalificadas como meras emociones y tachadas de irracionales. Creo que es un gran error refugiarse en un racionalismo arrogante y dejar a la derecha y los diferentes frikismos de todo tipo la gestión y expresión de la crisis de afectividad y subjetividad que está estallando. No vamos a llegar muy lejos respondiendo a los desmanes del neoliberalismo esgrimiendo acríticamente valores básicos del liberalismo. Creo que es mucho más eficaz para una visión transformadora radical recordar que el neoliberalismo se nutre de las crisis que provoca y es capaz de capturar gran parte del malestar que genera a la vez que alimenta deseos de orden y seguridad creando caos e incertidumbre.

 

«es un gran error refugiarse en un racionalismo arrogante y dejar a la derecha y los diferentes frikismos de todo tipo la gestión y expresión de la crisis de afectividad y subjetividad que está estallando.»

 

Del cruce de estas dos preocupaciones surge el eje de mi reflexión: ¿por qué la izquierda transformadora tiene tantas dificultades a la hora de liderar y articular políticamente el malestar ante shocks colectivos como esta pandemia, que ha hecho saltar las costuras del neoliberalismo mostrando sus peores efectos y su incapacidad para preservar la vida?

 

Sindemia: nombrar el tiempo que vivimos

Argazkiak. Unsplash / Mika Baumeister

 

Por supuesto, esta es una pregunta mucho más fácil de formular que de responder, por lo que no pretendo sino ofrecer algunas ideas para la reflexión. Y para ello voy a comenzar por intentar nombrar esta alteración, este tiempo que tanto impacto está teniendo en nuestras vidas. En euskera decimos que todo lo que tiene nombre es y, como bien sabemos, el modo en que nombramos y en definitiva caracterizamos una situación es muy importante a la hora de determinar qué haremos con/ante ella. 

 

«¿por qué la izquierda transformadora tiene tantas dificultades a la hora de liderar y articular políticamente el malestar ante shocks colectivos como esta pandemia, que ha hecho saltar las costuras del neoliberalismo mostrando sus peores efectos y su incapacidad para preservar la vida?»

 

Hasta ahora el nombre triunfador parece ser pandemia, por lo que plantear otro podría verse como una pérdida de tiempo o una pedantería, pero correré el riesgo y propondré -aunque solo sea a efectos de responder a la pregunta que nos hemos formulado- que hablemos de sindemia[2]. Este es un concepto que comenzó a utilizarse hace años en ámbitos críticos con los planteamientos dominantes en materia de salud pública y que desarrollaban de un modo muy sugerente Álvaro Jiménez MolinaFabián Duarte Graciela Rojas en un artículo de junio de este mismo 2020, es decir, ya en tiempo de COVID 19:

 

  • "Por sindemia nos referimos a la interacción de múltiples agentes causales: condiciones sociales (pobreza, desigualdad, injusticia, conflicto social, desempleo), procesos ambientales (cambio climático, desastres socionaturales y ecológicos) y estados patológicos (comorbilidades entre enfermedades como depresión, diabetes e hipertensión…) que potencian sus efectos negativos sobre la vida de los individuos y exacerban la carga de enfermedad en ciertos grupos de la población. En otras palabras, no estamos simplemente frente a un agente infeccioso que parasita nuestros cuerpos, sino que presenciamos una completa alteración del orden económico y social"[3]

 

Este punto de vista nos invita a pensar en términos más amplios y reparar en la relación entre los elementos estructurales, la evolución de la epidemia y sus efectos. Vivimos un tiempo que nos exige una perspectiva sindémica, que tiene en cuenta las consecuencias económicas, la transformación del trabajo, los usos políticos, las alteraciones sociales, las perturbaciones en los imaginarios, en los mapas cognitivos y las referencias, en los lazos colectivos, en los ritos que vertebran la vida en comunidad, pero también en la salud mental, entendida esta como un problema colectivo, no meramente individual. 

 

«Estamos en un momento de incertidumbre, de grandes alteraciones, en definitiva, de shock»

 

Si tenemos en cuenta los desajustes que la agenda neoliberal ha provocado en las últimas décadas, si reflexionamos sobre la uniformización y los efectos de la destrucción de toda forma de pensamiento crítico, podremos acercarnos de otro modo a algunas formas de experimentar y responder ante esta sindemia. Quizás entonces no nos parezca una genialidad la mera ridiculización o rechazo de algunas de las formas que toma el malestar, por más que nos resulten irracionales, absurdas o hasta delirantes. Estamos en un momento de incertidumbre, de grandes alteraciones, en definitiva, de shock, y muchas personas se ven superadas, de modo que sería más inteligente intentar entender qué hay detrás de esas formas de malestar y preguntarnos por qué no se referencian en la izquierda transformadora. ¿No puede verse en las reprimendas de la izquierda ilustrada a quienes expresan “irrracionalmente” su enfado la expresión de una frustración por no ser capaz de articular políticamente el malestar?

 

«¿No puede verse en las reprimendas de la izquierda ilustrada a quienes expresan “irrracionalmente” su enfado la expresión de una frustración por no ser capaz de articular políticamente el malestar?»

 

Si adoptamos una perspectiva sindémica, introduciremos en la ecuación este malestar y las diferentes maneras de gestionarlo, incluidas las que podríamos considerar patologías, pero para ello tendríamos que renunciar a adoptar posiciones de superioridad racional sobre lo emocional, tan propias del patriarcado y la colonialidad, por otra parte. Si miramos al mundo actual con una perspectiva sindémica veremos que no es posible cortar con un bisturí los elementos materiales y las repercusiones que estos tienen en las personas y colectivos. Aislar los considerados como hechos objetivos de las emociones que se están generando nos impide ver el conjunto, porque a fin de cuentas “lo que pasa” incluye los modos en los que se experimenta, se interioriza y se construye narrativamente.

 

La hidra neoliberal 

Argazkiak. Unsplash / zoo_monkey

 

No se trata, en todo caso, de dejarse llevar por una entronización de las emociones. El neoliberalismo es, entre otras cosas, un capitalismo emocional que ha colonizado las emociones y las ha convertido en elementos de consumo hasta el punto de tomar forma de extractivismo emocional. El neoliberalismo cultiva un modelo de alegría vital basado en la autorrealización, en la figura del emprendedor, empresario de uno mismo, que olvida toda transformación social para encauzar sus energías, frustraciones y deseos en un constante cambio de sí. El neoliberalismo combina el ideal del ser racional que actua de acuerdo a sus intereses económicos, con una exaltación de la subjetividad y lo emocional. Esto es así porque no hay una sola forma de racionalidad neoliberal, sino varias, con una matriz común, pero con multiplicidad de mutaciones, articuladas a vaces bajo la forma de aparentes dicotomías o antagonismos. En la obsesión por evitar toda alternativa, el neoliberalismo alimenta y captura el malestar encauzándolo en confrontaciones estériles pero de una gran efectividad. 

La metáfora de la hidra, el ser mitológico de las muchas cabezas, propuesta por Anibal Leserre[4] para referirse al neoliberalismo, nos puede ayudar a comprender esta dinámica. En el mito griego, de la hidra surgen dos cabezas más fuertes por cada una que se le corta y así el neoliberalismo desarrollaría nuevas cabezas con cada crisis, que, como han señalado entre otros/as Laval y Dardot[5], convierte en oportunidad para desplegar con más fuerza su agenda. 

 

«El neoliberalismo es, entre otras cosas, un capitalismo emocional»

 

Podríamos imaginar una de esas cabezas recibiendo el hachazo de una epidemia que ha detenido el mundo y en esa medida ha evidenciado la falsedad de las promesas neoliberales de fin de la historia y dominio total sobre la naturaleza. Pero ese corte, en lugar de acabar con la bestia, da lugar a dos cabezas, en este caso dos subjetividades pandémicas. Una de ellas apela a la ciencia y la racionalidad para evitar todo cuestionamiento sistémico y fortalecer los dispositivos de poder de las élites, mientras la otra, con la apariencia de una exigencia de disrupción sistémica, moviliza el malestar y las frustraciones apelando paradójicamente al hedonismo, al individualismo y a una amalgama heterogénea de emociones y demandas que van desde las terapias alternativas hasta la fobia a las nuevas tecnologías, pasando por las corridas de toros y los sentimientos posimperiales heridos, como el español, el francés o el inglés, para terminar alimentando demandas autoritarias. En ambos casos, es la posibilidad de una respuesta democrática a la crisis la que sale perdiendo, sea ante el gobierno “apolítico”de los expertos o ante una narrativa  formalmente estatufóbica que esconde a su vez una llamada a un gobierno “apolítico”de mano dura. La alternativa radical, la posibilidad de cuestionar la matriz y modificarla, siempre queda fuera de juego. 

Nada puede lograr la política emancipatoria participando en este juego. El engranaje neoliberal captura gran parte de las energías racionalistas, a la vez que se apropia del malestar que él mismo genera para alimentarse a su costa. En definitiva, en este falso clivaje gana siempre, porque los dos “bandos” obedecen a la misma lógica profunda. Debiéramos, más bien, situar el clivaje principal entre la agenda acaparadora de poder y recursos de las élites y las luchas emancipatorias que resisten y/o operan en la dirección contraria. Expresado en otros términos, desdemocratización frente a democratización. Desde esta perspectiva, creo que el soberanismo emancipador no debe desperdiciar su valioso tiempo en batallas secundarias ni equivocarse de enemigos; sería hacer un mal diagnóstico de época e invitaría a hipótesis estratégicas erróneas.

 

«No hay una sola forma de racionalidad neoliberal, sino varias, con una matriz común»

 

Por supuesto, hay que defender una gestión racional de la crisis, hay que combatir el negacionismo y la banalización de la sindemia, pero no hay una única racionalidad, como no hay una única ciencia, así que la cuestión no una apelación en términos abstractos, sino defender una razón y una ciencia que coloquen en primer lugar la vida y su preservación. A fin de cuentas, ciencia es tanto construir bombas atómicas, refinados instrumentos de tortura y medios de control tecnológico masivo como vacunar a millones de personas, desarrollar energías renovables y proponer y ensayar fórmulas para detener el cambio climático.

El reto está en la articulación política emancipatoria del malestar de época: convertir la rabia y la frustración en deseo y compromiso de transformación. Por ello, no podemos resignarnos a dejar en manos de la derecha autoritaria la gestión del malestar. De sobra sabemos que tienen mayor capacidad para hacerlo, gracias a las actuales desigualdades estructurales y relaciones de poder, que son a su vez sedimentación de las del pasado. La derecha, sea más hábil o no en un momento dado, juega siempre con ventaja y pasar esto por alto no nos ayudará a cambiar la relación de fuerzas, sino más bien a flagelarnos una y otra vez. Las cartas no están justamente repartidas, por eso queremos cambiar el mundo, pero, dicho esto, ¿estamos jugando bien con las que tenemos en las manos? ¿Estamos mejorando nuestras cartas en un momento que parece en principio propicio para lograrlo? La paradoja es que la sindemia confirma la validez de nuestra crítica sistémica y la necesidad de un radical cambio de rumbo, pero este shock en lugar de desplegar energías transformadoras, las bloquea y captura en antagonismos que se agotan en sí mismos, cuando no alimentan la lógica sistémica, desplazándola cada vez más hacia la derecha. 

 

Una política soberanista de los afectos 

Argazkiak. Unsplash / Mariana Kieffer

 

Una interesante propuesta teórica para sortear estos no-dilemas es la que elabora Frédéric Lordon a partir de su lectura actualizada de Spinoza[6]: “la sociedad anda según los deseos y los afectos” y por tanto quien busque sus “fuerzas motrices” debería prestarles atención. Lordon es consciente de que una mirada a las emociones acarrea “un riesgo serio de involución hacia una suerte de espiritualismo psicologista”, por eso desarrolla un enfoque para evitar caer “en un individualocentrismo que olvida las fuerzas sociales, las estructuras y las instituciones”. Para Lordon, “existen individuos y ellos experimentan afectos”, pero estos afectos “no son otra cosa que el efecto de estructuras en las cuales los individuos son introducidos”. Las personas y los grupos, somos afectados/as por múltiples efectos y esto ocurre en términos que van más allá de la distinción razón-emoción en la medida en que se trata de “acontecimientos a la vez corporales y mentales”, porque en definitiva “no hay idea que sea formada fuera de una afección previa y en su cercanía de afectos”. 

 

«El reto está en la articulación política emancipatoria del malestar de época: convertir la rabia y la frustración en deseo y compromiso de transformación.»

 

En resumen, según esta interpretación, afecto sería “el efecto en una cierta cosa de la exposición a la potencia de actuar de una o de muchas otras cosas”. Dicho de otro modo, “los afectos consisten sintéticamente en variaciones de poder de actuar del cuerpo y producción correlativa de ideas por el espíritu”. Puede resultar un tanto denso, pero tenemos aquí algunas bases para eludir la trampa de las dos subjetividades pandémicas de matriz neoliberal. La posición que debe adoptar la izquierda transformadora es la de afectar eficazmente, dicho de otro modo, generar afectos comunes transformadores:

 

  • “Una dinámica crítica solo es lanzada por una formación de potencia colectiva determinada a una acción transformadora. Y esta formación de potencia en sí misma sólo se constituye bajo el golpe de afectos comunes suficientemente intensos. Estos afectos tienen que ver con los umbrales de lo intelorable, de «lo que no puede durar más».”

 

No se trata por tanto de enarbolar “verdades” ni de gritar que el neoliberalismo está desnudo esperando que esto, per se, tenga efectos revolucionarios. Se trata de ser capaces de afectar, de provocar un efecto movilizador, activador, que construya un afecto común, compartido. Y eso requiere generar pasiones colectivas. Un proyecto emancipador en estos tiempos de incertidumbre y malestar creciente debe emocionar, tiene que movilizar emociones y afectos para hacer posible el paso de la angustia y la frustración a la acción para cambiar las cosas. Eso no se hace con estadísticas, ni con documentos llenos de propuestas, sino con ideas-afecto, esto es, con ideas capaces de afectar y por tanto de llegar a la vez a la cabeza y al corazón. 

 

«“la sociedad anda según los deseos y los afectos” y por tanto quien busque sus “fuerzas motrices” debería prestarles atención»

 

El enfoque de Lordon tiene, a mi juicio, implicaciones interesantes para el enriquecimiento teórico del soberanismo transformador y también para sus estrategias, comenzando por la gestión de esta sindemia. Allá donde otros planteamientos patinan o siguen instalados en un cansino bucle, el soberanismo transformador debe proponer un reset, como escribía el periodista George Monbiot[7] en torno a Escocia, un empezar de nuevo con otras reglas. Esa es la gran fuerza del soberanismo entendido como vector de democratización radical, en la medida en que construye una afección común, un afecto colectivo que alimenta (y se alimenta de) otro modelo de alegría vital basado en construir juntos/as una nueva casa común, unas nuevas reglas de vida en común. 

 

«Un afecto colectivo que alimenta (y se alimenta de) otro modelo de alegría vital basado en construir juntos/as una nueva casa común, unas nuevas reglas de vida en común.» 

 

El soberanismo pone el acento en la reclamación -de una comunidad para sí misma- de los mayores niveles de autogobierno y de este modo subvierte la lógica de poder del neoliberalismo, que privatiza la soberanía mientras la tacha de obsoleta en nombre de un mundo cosmopolita, posnacional y posestatal. Esto debe hacerse, claro está, conjurando el riesgo de repetir la lógica de los viejos estados nacionales, con la vista puesta en lo que Olin Whrigt denominaba la brújula socialista[8] y atendiendo a las perspectivas decolonial y feminista, que introducen una reorientación del soberanismo alejándolo de cualquier tentación chauvinista. El soberanismo debe ser capaz de desarrollar estas fuerzas motrices y orientarlas en torno a un proceso de empoderamiento colectivo y transformación de las estructuras.  

Además, y esto no es algo menor, Lordon es uno de los pocos intelectuales de la izquierda europea que se ha acercado a la cuestión de la soberanía sin caer en los tópicos "cosmopaletos" ni en el repliegue nostálgico chauvinista. Desarrollar sus aportaciones excede las posibilidades de un sólo artículo así que será la cuestión central del siguiente.

 


[1] https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/gara/editions/2020-09-05/hemeroteca_articles/por-una-politica-soberanista-de-los-afectos

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Sindemia

[3] https://www.ciperchile.cl/2020/06/20/sindemia-la-triple-crisis-social-sanitaria-y-economica-y-su-efecto-en-la-salud-mental/

[4] Leserre, Aníbal; La hidra neoliberal, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2019.

[5] Laval, Christian; Dardot, Pierre; La pesadilla que no acaba nunca, Gedisa, Barcelona, 2017.

[6] Lordon ha desarrollado esta perspectiva, que define como “estrtucturalismo de las pasiones” en diferentes textos, en este caso hemos seguido el libro La sociedad de los afectos (Lordon, Frédéric; La sociedad de los afectos; Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2018. 

[7] Monbiot, George; ¿Cómo nos metimos en este desastre?, Sexto Piso, Madrid, 2017, página 272.

[8] Olin WrightErik; Los puntos de la brújula, hacia una alternativa socialistahttp://iratzar.eus/img/dokumentuak/IparrorratzekoPuntuak_CAS.pdf 

 

 

SEGUNDA PARTE. ¡Claro que sí, un soberanismo de izquierdas!

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