SINADURAK

Floren Aoiz

Iratzar Fundazioa

¡Claro que sí, un soberanismo de izquierdas! (II)

2020-11-12

Soberanía popular versus neoliberalismo, este es uno de los clivajes estratégicos de nuestro tiempo. Desde los primeros pasos del neoliberalismo se aprecia una obsesiva fijación contra la soberanía popular y su expresión estatal, enfocada a debilitar cualquier soporte desde el que se pudiera controlar el mercado. Es por ello que situar la soberanía como algo trasnochado es cualquier cosa menos casual, aunque esta narrativa haya sido asumida y reproducida desde posiciones ideológicas muy diferentes. 


 Publicado en catalán en la revista Catarsi: És clar que sí, un sobiranisme d’esquerres!

 

Soberanía popular versus neoliberalismo, este es uno de los clivajes estratégicos de nuestro tiempo[1]. Esta pugna viene de lejos: como explica Quin Slobodian en su libro Globalist[2], desde los primeros pasos del neoliberalismo se aprecia una obsesiva fijación contra la soberanía popular y su expresión estatal, enfocada a debilitar cualquier soporte desde el que se pudiera controlar el mercado. Es por ello que situar la soberanía como algo trasnochado es cualquier cosa menos casual, aunque esta narrativa haya sido asumida y reproducida desde posiciones ideológicas muy diferentes. 

El pensador francés Frédéric Lordon, que fue presentado por algunos medios de comunicación como uno de los inspiradores del movimiento La Nuit debout[3], ha realizado un notable esfuerzo para enmarcar la cuestión de la soberanía fuera del enclaustramiento que le ha sido impuesto. En ese empeño, además de aportar de modo muy elaborado sus ideas y propuestas, ha protagonizado interesantes discusiones e intercambios en los que ha criticado tanto la posición cosmopolita, posnacional y/o antiestado de ciertas izquierdas, como la tentación de vuelta al pasado en términos de xenofobia y chauvinismo, que ha denominado soberanismo de derechas. Lordon critica que gran parte de la izquierda haya abandonado conceptos como nación y soberanía en manos de la derecha autoritaria, que los usa como banderas de enganche con el malestar generado por el neoliberalismo, para terminar alimentando el propio neoliberalismo[4].

 

Soberanía y afectos nacionales en tiempos supuestamente posnacionales

Manifestación del movimiento La nuit deboutArgazkiak. Wikipedia Commons / Olivier Ortelpa

 

Para una parte de la izquierda nación y nacional se han convertido en monstruos inaceptables, indica con rotundidad Lordon, para añadir que en este espasmo hay desde gente sinceramente inquieta hasta los más auténticos estúpidos[5]. Pese a ese estupor, la nación y el estado siguen siendo elementos claves del mundo que habitamos… hasta para quienes quieren hacernos creer lo contrario. Critica Lordon[6] a quienes pretenden construir un pos-nacional que tiene las características del nacional que dicen aborrecer, como los posnacionales europeístas,defensores de un particularismo alejado de sus pretensiones de universalidad cosmopolita, que venden como novedosa la prolongación del estado-nación en una escala más amplia. Por más que recurran al término federal para sacudirse las “taras” imputadas al principio del estado-nación, nos señala Lordon, tanto Alemania como Estados Unidos y la Federación Rusa, son a fin de cuentas estados-naciones. De modo que aunque no se reconozca, el rechazo de la pertenencia toma forma de defensa de una nueva pertenencia.

 

«La nación y el estado siguen siendo elementos claves del mundo que habitamos»

 

Lordon pone en evidencia los usos habituales del concepto ciudadano del mundo, que olvidan que ciudadanía implica pertenencia a una comunidad política expresada en instituciones (la ciudad). Además, la ausencia de una politeia[7]mundial deja al “ciudadano del mundo” sin nada sobre lo que apoyarse. Para Lordon no se trata solo de una inconsecuencia: también es un síntoma. Estamos ante el sentimiento individualista por excelencia de la soberanía personal, fantasma de la negación de toda pertenencia, concebida como ofensa ontológica a la cualidad de sujeto. Conviene señalar al respecto que, como plantea Lordon, podemos encontrar la persistencia de la metafísica neoliberal en lo más profundo de los espíritus autoconsiderados más antiliberales. 

Frente a la idea liberal de sociedad entendida como asociación contractual de individuos soberanos, Lordon relee a Spinoza para hablar de la autoafección de un grupo, situando al afecto común como operador de comunidad, aquello que hace ser grupo al grupo. En esta perspectiva, la multitud deviene comunidad por la acción de su propia potencia añadiéndose una nueva dimensión: la verticalidad. El pensamiento moderno individualista no puede pensar esta geometría y construye una antinomia entre lo vertical simple y lo horizontal puro: muerto Dios, no quedaría otra cosa que lo horizontal.

 

«Estamos ante el sentimiento individualista por excelencia de la soberanía personal, fantasma de la negación de toda pertenencia»

 

Las necesidades de supervivencia y la necesidad marcan los agrupamientos humanos, pero el cimiento de las comunidades políticas es pasional. La clave está en los afectos, porque las ideas y los valores son manifestaciones de estos afectos: las comunidades políticas -afirma Lordon- son comunidades pasionales. Por todo ello, no es lo mismo concebir la nación siguiendo el modelo liberal, como una nueva forma de contrato entre individuos considerados soberanos, que formularla desde un afecto común del que emana a su vez un suplemento, lo vertical, que hace que el resultante no sea la mera suma de las partes. Ese afecto es fruto de la potencia de la multitud, pero debemos aclarar que Lordon considera la multitud una categoría especulativa, un concepto filosófico, no sociológico, y cree que el peor error es tomarlo por un objeto realmente existente: no hay empíricamente multitud, no es un sujeto empírico de la historia, lo que tenemos es sociedad en formas históricas particulares. Si hablar de multitud y su potencia tiene sentido, por tanto, no es para imaginarla actuando, sino para orientar nuestra reflexión. 

Es de esa potencia de donde surge el poder político, que es algo distinto, por medio de una captura. El Estado sería su manifestación mayúscula, dice Lordon, pero no es la única. Lordon retoma el concepto spinoziano de Imperium, que no debe entenderse en términos de imperio e imperialismo, sino como la fuerza de la captura de la potencia de la multitud. Para Lordon, siempre hay captura, siempre hay vertical, siempre hay Imperium y, por tanto la cuestión, para una política de la emancipación es, sin perder la referencia de la superación de la captura (el autogobierno directo) como horizonte regulatorio, disputar las características de esa captura. Todo gran agrupamiento humano realiza el principio del estado general. Todos los agrupamientos políticos, según esta perspectiva, son Estados en el sentido del Estado general, entendido como el nombre que toma el Imperium al situarse como matriz de todos los poderes políticos, como estructrura elemental de la política.

 

Separatismo y balances de afectos: la hora de la verdad

Carteles a favor de la independencia de Escocia.  Argazkiak. Wikipedia Commons / Connie Ma

 

Lordon afirma que la verdad de la nación es el separatismo. Señala que en Europa la gente ha asistido estupefacta a la partición de Checoslovaquia y ve con pavor la posibilidad de secesión de Escocia y otros pueblos. Para Lordon identitario es un cubretodo que no quiere decir nada preciso, en la medida en que las secesiones son formación de afectos comunes y por ello productoras de pertenencia, esto es, de identidad, pero como lo fue, por ejemplo, la Comuna de París.

 

«El pensamiento moderno individualista no puede pensar esta geometría y construye una antinomia entre lo vertical simple y lo horizontal puro: muerto Dios, no quedaría otra cosa que lo horizontal. »

 

Lordon propone una definición de nación no regida por el principio de pertenencia sustancial, sino basada en la participación en una determinada forma de vida. Desde este perspectiva entiende la soberanía no como algo emanado de una identidad colectiva pre-existente, sino por compartir objetivos políticos. Por eso considera a Chiapas una nación, por ejemplo, contraponiendo la nación sustancia a la nación política. Así, Lordon plantea una interesante lectura del independentismo escocés. Por un lado, dice, tenemos todo lo que suele reunirse bajo el nombre de identidad, en el sentido cultural-nacionalista del término. Pero, además de esto (él lo simboliza en el kilt) está la política, porque Escocia vota repetidamente por la izquierda, pero queda sistemáticamente en minoría en Gran Bretaña. Cree que ahí puede encontrarse lo que ha dado su fuerza motriz al separatismo escocés, en cuanto que al tomar conciencia de conformar un subgrupo bastante coherente pero condenado a la condición minoritaria, Escocia se ha planteado separarse porque esto hace posible vivir según sus principios.

Podríamos decir que es aquí donde Lordon cruza una tercera barrera. Si en un primer movimiento cuestionaba los dogmas cosmopolitas posnacionales y en el siguiente evitaba caer en la trampa de un soberanismo abstracto ajeno al eje derecha-izquierda, en este tercero despliega su mirada más allá de los estados actuales, para referirse a otras emergencias y, es ahí precisamente donde se situan nuestros soberanismos (Països Catalans, Galiza, Euskal Herria, Córcega…) Lejos de constituir anacronismos o desviaciones de supuestas contradicciones o luchas principales, el soberanismo emancipador se concentra en uno de los antagonismos principales de nuestra época al atacar el núcleo duro del proyecto neoliberal de destrucción de la democracia y la soberanía[8]

 

«Para Lordon, siempre hay captura, siempre hay vertical, siempre hay Imperium y, por tanto la cuestión, para una política de la emancipación es, sin perder la referencia de la superación de la captura (el autogobierno directo) como horizonte regulatorio, disputar las características de esa captura»

 

La cuestión política por excelencia, afirma Lordon, la soberanía, esto es, la plena apropiación de su destino por parte de la colectividad humana, no es solo que los seres humanos hagan su historia -cosa que ocurre de todos modos- sino que la hagan del modo que han pensado y querido. Así, recordando la crítica de Marx a Feuerbach, Lordon indica que transformar el mundo (y no solo interpretarlo) es eliminar aquello que escapa de nuestra potencia colectiva, organizar su recuperación total mediante la toma de conciencia compartida y restaurar esa potencia a la medida de nuestro deseo.

En esa dirección, el soberanismo de izquierdas implica adoptar una actitud política ofensiva, porque no se limita a resistir ante las agresiones neoliberales, sino que formula un reto integral de transformación de las reglas de juego cuestionando no solo las escalas funcionales a la agenda neoliberal, sino también proponiendo un reset en la reproducción de las instituciones y las relaciones de fuerzas que en ellas se sedimentan. Se caracteriza, por tanto, por oponerse a la subalternización de un pueblo por uno u varios estados, pero también al dominio del capital. Al colocar el eje en la capacidad de decisión de una comunidad política territorialmente situada[9], estas dimensiones se fusionan en un movimiento democratizador que choca frontalmente con la racionalidad y la agenda neoliberal[10]. Esto no quiere decir que esa orientación de rechazo a la agenda neoliberal y sus consecuencias tenga una decantación claramente anticapitalista, mucho menos revolucionaria, claro está, pero apunta contra a la tendencia dominante. 

 

«Lejos de constituir anacronismos o desviaciones de supuestas contradicciones o luchas principales, el soberanismo emancipador se concentra en uno de los antagonismos principales de nuestra época al atacar el núcleo duro del proyecto neoliberal de destrucción de la democracia y la soberanía»

 

Según Lordon la emancipación implica la liberación de la potencia de la multitud del fetichismo en que está capturada. De algún modo, la sociedad se reapropia de su potencia colectiva y precisamente eso es, en términos spinoziano-lordonianos, un movimiento soberanista en su acepción literal, como acción de moverse y mover algo o a alguien. Lo que el soberanismo propone para los pueblos subalternos es una reapropiación de la potencia colectiva cuestionando tanto las dependencias impuestas por los estados y el capital como el resto de lógicas de dominación: patriarcado, colonialidad-racismo…

 

¿Y ahora qué?

Manifestación a favor de la independencia del pueblo catalán. Argazkiak. Wikipedia Commons / Liz Castro

 

Nuestro propósito al recopilar algunas de las aportaciones de Lordon era desarrollar la perspectiva afectiva de la lucha por la soberanía, como continuación del artículo Afectes comuns sobiranistes per a temps de sindèmia. Recapitulemos lo principal de aquel escrito mediante dos formulaciones sintéticas. Primera: debemos entender la política transformadora más allá de la arbitraria compartimentación entre pasiones y racionalidad, porque situarse en esta división dificulta la comprensión de los comportamientos colectivos y tal cosa resulta sumamente contraproducente para la lucha por la emancipación. Segunda: de acuerdo con la relectura que Lordon propone de Spinoza: tenemos que ver la política como un ars affectandi, un arte de provocar afectos o afectar. 

 

«Lo que el soberanismo propone para los pueblos subalternos es una reapropiación de la potencia colectiva cuestionando tanto las dependencias impuestas por los estados y el capital como el resto de lógicas de dominación: patriarcado, colonialidad-racismo…»

 

Sobre estas dos bases podemos formular ya nuestra conclusión principal: una política soberanista eficaz sería aquella capaz de provocar afectos soberanistas, dicho de otro modo, de lograr que la soberanía se convierta en una idea-afecto, capaz de afectar a más gente, de corporizarse y movilizar. Frente a la suposición de la capacidad de un proyecto de influir de acuerdo con un supuesto valor intrínseco u objetivo (la independencia es una idea justa, la emancipación mejora la vida de la gente, luego…), la experiencia nos demuestra que sólo cuando está acompañada de la capacidad de afectar puede una idea realmente materializarse. De esto cabe deducir que para un movimiento soberanista el desafío fundamental es desarrollar un arte soberanista de afectar. La cuestión es por supuesto, desplegar con éxito esa capacidad de afectar, algo que no se deduce mecánicamente de estas reflexiones genéricas. Esta tarea nos exige preguntarnos por qué en un contexto y tiempo determinados algunas ideas son capaces de afectar y otras no. 

Si traducimos estas reflexiones a nuestros tiempos sindémicos, hemos de lamentar que las autoridades pretendan capturar una vez más la potencia solidaria de la multitud para atribuirse un enorme margen de confianza (dejadnos gestionar esta crisis, obedeced, porque sabemos qué os conviene). Lo importante no es si esto obedece obedezca a un plan perverso o a la mediocridad dominante y funcional al plan neoliberal tan bien descrita por Alain Deneault[11]; en cualquier caso ocurre y ante ello debemos reaccionar, porque el despliegue de la agenda desdemocratizadora y autoritaria no depende solo de una voluntad consciente de llevarlo a cabo, sino de sus avances prácticos.

 

«Para un movimiento soberanista el desafío fundamental es desarrollar un arte soberanista de afectar»

 

En esta situación el soberanismo emancipador debe combatir el individualismo insolidario y, a la vez, evitar ser capturado por la retórica del esfuerzo común contra el virus, utilizada para encubrir desigualdades y la falta de voluntad de acometer cambios estructurales. Como dejara escrito Spinoza y recuerda repetidas veces Lordon, solo un afecto más fuerte puede desplazar a otro. Los afectos de la solidaridad, la justicia y el bien común deben movilizarse y modificar los balances afectivos. En definitiva, debemos lograr que el conjunto de afectos simbolizados por la soberanía sea más fuerte que los del individuo aislado, el consumismo, el autoritarismo.… 

 


 [1] Hemos desarrollado esta perspectiva en un libro recientemente publicado en lengua vasca: Aoiz, Floren; Zengotitabengoa, Idoia, Mamuari so, Txalaparta, 2020. 

[2] Slobodian, Quinn; Globalist, Harvard University Press, 2018.

[3] https://www.huffingtonpost.fr/2017/03/31/un-an-apres-les-inspirateurs-de-nuit-debout-face-a-la-tentation_a_22019014/

[4] Lo hace en términos muy rotundos en su obra La malfaçon, (Lordon, Frédéric; La malfaçon, Les liens qui libérent, 2014; hay edición en español: La chapuza, El Viejo Topo, 2016), lo desarrolla en Imperium (Lordon, Frédéric, Imperium, La Fabrique, 2015) y lo sintetiza en varios artículos, algunos de ellos publicados en la revista Le Monde Diplomatique (Lordon, Fédéric; Ce que lextrême droite ne nous prendra pas, julio de 2013; Leçons de Grèce à lusage dun internationalisme imaginaire (et en vue dun internationalisme réel) abril 2015; Clarté, agosto 2015). Una interesante visión general de las aportaciones de Lordon puede leerse en el artículo de Alberto Toscano, también en esta revista - en este caso la versión que hemos consultado es la española-: ¿Un estructuralismo del sentimiento?Marzo-abril 2016.

[5] La Malfaçon, 15. 

[6] Imperium, página 43 y siguientes. El resto de citas de Lordon corresponde a esta obra. 

[7] https://es.wikipedia.org/wiki/Politeia

[8] Planteé esta idea en mi aportación Sobiranismes transformadors a l’Europa del segle XXI al libro colectivo Nou Soberanisme i feminismes, Leonard Muntaner, 2019.

[9] Jule Goikoetxea insiste en la necesidad de una base territorial para el demos; Demokraziaren pribatizazioa, Elkarlanean, 2017. 

[10] Brown, Wendy; El pueblo sin atributos, Malpaso, 2016. 

[11] Deneault, Alain; Mediocracia, Turner, 2019.

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