Argazkia. Unsplash / SUNDAY II SUNDAY
Supongamos que esta vez no nos entregamos en cuerpo y alma a las otras luchas que nos atraviesan porque sabemos positivamente que no aseguran ni conllevan per se nuestra liberación como sexo. Supongamos, que nos ponemos exquisitas y no priorizamos los movimientos y las unidades de acción con sectores sociales que ni sienten, ni padecen, ni contemplan, ni comprenden nuestras opresiones. Supongamos que exigimos una democracia verdaderamente representativa y participativa. Supongamos que nos priorizamos a nosotras mismas y no a los otros, a los millones de mujeres que a lo largo de la historia y del planeta han hecho y están haciendo posible que nuestra especie sobreviva y sea hoy lo que es, ni más ni menos. Supongamos que transmitimos maternalmente afecto por nuestra genealogía.
Supongamos que termina el por la paz un ave maría y hacemos nuestro el pase foral. Esta actitud traería sin duda un colapso civilizatorio, una parálisis en la dinámica política, una desorientación generalizada. Solo atreverse a imaginarlo tiene efecto curativo.
Tranquilicemos a los y las lectoras. Las mujeres vascas no vamos a desentendernos de nuestras comunidades, porque las mujeres somos parte y producto de nuestra sociedad y de las relaciones tanto económicas como políticas que en este tiempo y territorio se establecen. Somos conscientes de que el feminismo es potencia de cambio, es catalizador de igualdad, bienestar y felicidad, siempre y cuando se articule, se ponga en relación, con las luchas emancipadoras de nuestro tiempo e intente dar una respuesta global a un sistema de opresión y explotación global. Es decir, el feminismo es radical aquí, en esta Euskal Herria nuestra localizada en la Europa occidental, cuando intenta construir una sociedad mejor y nos ayuda a construirnos como personas libres.
«El feminismo es potencia de cambio, es catalizador de igualdad, bienestar y felicidad, siempre y cuando se articule, se ponga en relación, con las luchas emancipadoras de nuestro tiempo»
Ahora volvamos a una óptica auto-centrada y preguntémonos qué aportación realiza a nuestro proceso de emancipación como mujeres el ciclo de lucha que ha abierto el feminismo vasco para convertir el cuidado en un derecho colectivo reconocido y garantizado.
Traer los cuidados al centro de la agenda política, hacerlos visibles, reconocer su valor social y monetario, si fuera posible con carácter retroactivo, problematizarlos, dignificarlos y asumirlos colectivamente es un salto cualitativo en el proceso histórico de lucha contra el patriarcado y en favor de la liberación de las mujeres. Un salto que toca hueso, que cuestiona la división sexual y jerárquica del trabajo y nos recuerda que la posición de todas las mujeres no es la misma pero nuestra condición histórica de mano de obra gratuita, subalterna y precaria es el elemento clave que explica nuestra condición de mujer.
El reconocimiento del derecho colectivo al cuidado es un salto, a mi entender, comparable al que supuso pasar de ser percibidas animales hembras a mujeres dotadas de racionalidad. Un salto comparable al reconocimiento de nuestros derechos civiles y políticos (derecho al voto, derecho de ciudadanía, derecho al divorcio, al aborto o a la educación). Un salto que permite mejorar las condiciones materiales de emancipación y nos dignifica al reconocer la aportación histórica del trabajo realizado.
«Preguntémonos qué aportación realiza a nuestro proceso de emancipación como mujeres el ciclo de lucha que ha abierto el feminismo vasco para convertir el cuidado en un derecho colectivo reconocido y garantizado»
El feminismo vasco ha abierto este ciclo de lucha en un momento mundial convulso. La lucha de poder por la hegemonía del planeta y el control de sus recursos está generando millones de muertos y postergando retos civilizatorios. La Política, la Institución y el Sector Público llegan debilitadas por la falta de inversión y sin capacidad de decisión, es decir poder suficiente, para tomar decisiones estratégicas y enfrentarse a los mercados. Mientras, la izquierda tiene dificultad para articular proyectos, estrategias de cambio y conectar con los miedos y preocupaciones de la gente.
En este contexto, el feminismo vasco debe afrontar con ambición y confianza el ciclo que abre la huelga general de este próximo 30 de noviembre, porque en Euskal Herria sí podemos, o al menos lo podemos intentar. En nuestro país los sectores a favor del cambio político y social tienen una buena correlación de fuerzas, afrontamos una fase histórica que puede permitirnos recuperar poder y soberanía para gobernarnos mejor a nosotras mismas y, por último, formamos parte de una comunidad corresponsable que se cuida y quiere cuidarse en el futuro. Por eso debemos ser más exigentes con nosotras mismas, este país tiene mimbres para ser digno y justo, para convertirse en referente de otra forma de hacer y afrontar los retos del presente y del futuro. En este camino, el feminismo vasco ya a ganado una batalla, ya ha puesto en el centro la vida y el cuidado. Las mujeres vascas ya no nos sentimos ni proyectamos de igual mamera.
La experiencia nos demuestra que los avances no son ni permanentes ni completos ni generalizados para las mujeres. Pero la experiencia también nos demuestra que si conseguimos convencernos a nosotras mismas somos fuerza tractora en la sociedad, para avanzar en derechos y para frenar la reacción conservadora y misógina actual. El feminismo vasco está interpelando a la sociedad en su conjunto, a la izquierda en particular y está llamando a filas a las mujeres.