SINADURAK

Mikel Otero

EH Bilduko legebiltzarkidea eta militante ekologista

Apuntes para bordar la transición energética en Euskal Herria

2023-07-17
EU

Si existe alguna certeza para este siglo XXI tan cargado de incertidumbre, es que los efectos provocados por la situación de extralimitación ecológica generalizada en la que estamos inmersos, atravesarán el resto de nuestras vidas y las vidas de las próximas generaciones. Tanto el IPBES (la plataforma intergubernamental sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas) como el IPCC (el panel intergubernamental sobre el cambio climático) han despejado cualquier resto de duda.


Argazkia. FOKU

 

¿Dónde estamos?

La mejor ciencia disponible nos dice que la biodiversidad y los servicios ecosistémicos están en franco declive, y el último informe del IPCC ratificó tres cuestiones fundamentales; la responsabilidad de la actividad humana como factor principal del cambio climático es científicamente incuestionable; el cambio climático ya está afectando, si bien de manera desigual, a todas las regiones del planeta, como ponen de manifiesto al aumento de la frecuencia de eventos meteorológicos extremos; y, de no reducir drásticamente las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en los próximos años (un 45% de reducción para 2030 respecto a 1990 según el último Emission Gap Report del Programa de la ONU para el Medio ambiente), se superarán los umbrales de seguridad. Se antoja titánico. Pero cada décima cuenta.

Dado que alrededor del 80% de las emisiones globales provienen de la extracción, transformación y quema de los combustibles fósiles, sacar a estos de la ecuación energética se convierte en un imperativo ecológico. No es el único motivo para optar por un metabolismo social hipocarbónico. Además de ser el principal motor del calentamiento global, los combustibles fósiles, esos gigantes energéticos sobre cuyos lomos hemos construido el mundo que conocemos,  son finitos a escala humana, de ahí la urgencia de acelerar la transición hacia una matriz energética renovable. Más allá de los sobresaltos geopolíticos y las tensiones puntuales de flujos y precios energéticos, se viene observando una incómoda realidad estructural; cada vez cuesta más satisfacer la creciente demanda global, y los retornos energéticos de los combustibles fósiles están declinando. No es solo que hemos quemado mucho, sino que hemos quemado lo más accesible. Conviene abandonarlos antes de que nos abandonen ellos.

Sea como fuere, el abandono de los combustibles fósiles nos obligará a repensar todo nuestro metabolismo social y productivo, nuestra manera de estar en el planeta. Una sociedad alimentada sobre una matriz energética renovable difícilmente podrá seguir utilizando las ingentes cantidades energéticas ofrecidas por los fósiles. A pesar de que el debate sobre la disponibilidad energética renovable dista de estar cerrado, conviene actuar con prudencia y no descartar un futuro en el que la energía neta disponible no supere la mitad de lo que hoy consumimos como comunidad global. Nos adentramos en una etapa en la que los límites energéticos y materiales van a marcar el paso.

 

¿Y cómo está Euskal Herria en semejante contexto histórico?

Estos son nuestros principales datos energético-climáticos: en Hego Euskal Herria (Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa) emitimos alrededor de 8 toneladas de CO2 por habitante y año, muy por encima de la media mundial y ligeramente superior a la europea; el consumo de energía total final ronda los 80 TWh, y el consumo por habitante (cerca de 40 MWh persona año) duplica la media mundial; el 80% de la energía que consumimos es fósil y el 86% del abastecimiento energético tiene un origen externo; la generación endógena de energías renovables es del 14%. En consecuencia, nuestro país tiene una vulnerabilidad estratégica en términos energéticos, ya que nuestro modelo productivo y de bienestar se basa peligrosamente en el consumo de grandes cantidades de energía importada, mayoritariamente fósil.

Nada indica que las profundas transformaciones necesarias para adecuar nuestra huella de carbono a las necesidades climáticas vayan a ser un camino de rosas. Una sociedad como la de Euskal Herria, con un metabolismo social cuya huella ecológica se aproxima a los tres planetas, debe ser consciente de que le toca reinventarse, y puesto que más de la mitad de esa huella ecológica está vinculada a su sistema energético, ha de apuntar prioritariamente a la transición energética como vector de transformación ecosocial, abandonando a marchas forzadas los combustibles fósiles y, en coherencia con la realidad material global, orientar sus esfuerzos a, por un lado, reducir los consumos y, por otro lado, a desplegar instalaciones renovables sin demora.

 

«El abandono de los combustibles fósiles nos obligará a repensar todo nuestro metabolismo social y productivo»

 

Reducir el consumo, desplegar renovables

Desde el lado del consumo, teniendo en cuenta que el grueso del mismo está en el transporte (42%) y en la industria (35%), nos toca hacer hojas de ruta sectoriales específicas que encuadren, entre otras muchas, medidas encaminadas a una reorganización productiva orientada a garantizar las necesidades esenciales; ganancias en eficiencia energética y material; una cierta relocalización del aprovisionamiento material; aprovechamiento de calor residual industrial, un cambio de paradigma en la movilidad tanto de mercancías como personas, con la movilidad no motorizada y el transporte colectivo electrificado como eje vertebrador; un replanteamiento en la política de inversión acorde a la realidad climático-energética; una reorientación de la contratación pública para que traccione tanto la producción y el consumo de proximidad como la reutilización y el reciclaje de materiales; una transformación del circuito de producción y distribución de alimentos en pos de aumentar significativamente cuota de soberanía alimentaria de base agroecológica y un largo etcétera. Así como intervenciones decididas en el sector doméstico (un 20% del consumo energético), donde destacan la necesidad de intervenir profusamente en rehabilitaciones energéticas para reducir consumos, o el abandono del gas en favor de otras opciones más eficientes de calor como las bombas de calor, aerotermia etc. Todo ello, sin olvidarnos de la ineludible transformación de nuestros hábitos de consumo, de movilidad, dieta u ocio, donde se requiere una auténtica revolución cultural sin la cual el resto de políticas será insuficiente.

Sin embargo, aún con toda la contracción de consumo factible en una sociedad compleja como la nuestra, no es viable alcanzar objetivos climáticos ambiciosos sin una importante expansión de energías renovables. En tanto que la necesidad de descarbonizar nuestra actividad no admite demora, nos toca apostar por un futuro energético 100% renovable y, en la medida de lo posible, de fuentes energéticas locales. Dado que no somos los únicos llamados a realizar la transición energética, nos conviene alcanzar unas cuotas importantes de generación renovable autóctona a no ser que pretendamos trasladar nuestra vulnerabilidad y dependencia energética exterior de los fósiles a las renovables, cargando de paso a otros las externalidades ambientales del despliegue (1). No es solo eso, si pretendemos desplegar un modelo renovable que tienda a democratizar la generación en todas las escalas, nos conviene instalarlas en nuestro territorio para poder tener algo que decir sobre quién y cómo debe hacerlo. Volveré sobre esto.

 

El territorio recupera su protagonismo energético

Dicho de otro modo, la energía “regresa a casa”. Históricamente, el territorio ha tenido una serie de funciones estratégicas para la comunidad que lo habita, entre las que destacaban la provisión de agua, alimentos y fibras vegetales, minerales y energía. La enorme disponibilidad energética concentrada en determinados lugares en forma de carbón petróleo y gas, unida a su versatilidad y relativamente sencilla transportabilidad y almacenaje, permitió desacoplar el territorio de su función básica de proveedor de energía (y en cierta medida del resto de funciones básicas, dado su enorme potencial para el transporte de grandes volúmenes), provocando un punto ciego en la percepción del grueso de la sociedad, para el que la energía se hizo invisible. Simplemente llegaba, en grandes cantidades y a precios asequibles. En un mundo movido por energías renovables, la energía, o cuando menos sus mecanismos de captación, se vuelven mucho más visibles, ya que las fuentes con mayor potencial, especialmente la solar y la eólica, están muy distribuidas. El territorio, así, recupera esa función esencial casi olvidada (al menos en algunos territorios, como el nuestro), haciéndose nuevamente necesario compatibilizar los usos energéticos con el resto de funciones vitales como el aprovisionamiento de alimento, agua o minerales.

 

Argazkia. FOKU. Gatika. Frantziatik Gatikara itsaspetik etorriko diren argindar kableak: Gatikako azpiestazio elektrikoa (2022-05-07)

 

¿Dónde y cuánto?

Este fin de la “ficción fósil” nos obliga a reordenar el territorio. Compatibilizar esas necesidades básicas en un territorio ya fuertemente artificializado como el nuestro, con una densidad de población de más de 150 pax/km2, no será tarea fácil. Se ha debatido mucho sobre la capacidad de generación del entorno urbano-industrial y espacios ya sensiblemente degradados como canteras, antiguos vertederos, aledaños de infraestructuras viarias o equipamientos etc. como alternativa a la utilización de espacios no urbanizables. Sin embargo, estudios aproximativos de potencial, tanto de escala local (2) como autonómica (3), nos alertan de que es desatinado proyectar autosuficiencias que superen un 10-15% del consumo actual (o del doble en escenarios de fuertes reducciones de consumos) en este tipo de espacios. El camino a la soberanía energética pasa, no solo pero también, por la implementación de renovables en diversos ámbitos, tecnologías y escalas, incluyendo centrales renovables en suelo no urbanizable.

Un escenario de despliegue importante de energía solar fotovoltaica y eólica en Euskal Herria, donde entre ambas fuentes constituyan dos tercios del mix energético futuro, descontando el aprovechamiento de zonas urbano-industriales y entornos degradados, necesitaría un aproximado de 10.000 ha en zonas no urbanizables. Si bien representa un porcentaje mínimo frente a las casi 700.000 ha vinculadas hoy día a la alimentación (más de 400.000 de cultivos y casi 300.000 de praderas y pastos), resulta imprescindible salvaguardar los suelos de mayor valor agrológico, así como los espacios con mayores valores ambientales, incluida toda la red de espacios naturales protegidos. Es más, el despliegue de renovables en el ámbito no urbanizable requiere de una acción multifinalista, de manera que el esfuerzo territorial y los impactos directos de su implementación se vean compensados por una serie de acciones de custodia y mejora del territorio que devengan en un efecto neto positivo en términos de biodiversidad y desarrollo socioeconómico de los entornos en los que se desarrolle. También es importante establecer criterios de saturación, porque existen ya zonas tensionadas por acumulación de proyectos. El equilibrio territorial en el despliegue también es parte de la ordenación. Hoy, el mapa de las instalaciones renovables existentes y proyectos en tramitación es una oda al desequilibrio.

 

¿Quién y cómo?

Sin embargo, no es suficiente con despejar qué, cuánto y dónde desplegar las renovables. También importa quién y cómo.  Para el cómo, proponemos un despliegue bajo el principio rector de la autosuficiencia conectada. Por explicarlo telegráficamente, el objetivo sería conseguir el mayor nivel de autosuficiencia desde el ámbito geográfico más próximo, comenzando por la escala local, pasando por la comarcal, hasta llegar a las infraestructuras de escala nacional, destinadas a la generación para aquellas comarcas que por su densidad poblacional, poca disponibilidad de recurso, protección ambiental, consumos industriales intensos, etc., no podrían alcanzar cuotas importantes de autoabstecimiento. Cada nivel nos dotaría de una cierta autosuficiencia, recurriendo a la captación externa solamente en la medida en que no podamos abastecernos en el entorno, procurando el máximo nivel de ajuste entre necesidad y aspiración de energía por un lado y capacidad de generación por otro.

 

Diagnosticar, deliberar y actuar

Esto obliga, fundamentalmente, a tres cosas. Diagnosticar, deliberar y actuar, en cada escala. Los diagnósticos locales y comarcales, tanto de consumos como de potenciales, se antojan esenciales para poder poner en marcha procesos deliberativos que involucren a la comunidad en la transición. Intentar responder a preguntas como ¿qué, cuánto y cómo consumimos? ¿Qué potenciales tenemos para satisfacer nuestra demanda? ¿Dónde instalaremos las renovables? ¿Cómo nos abasteceremos en el futuro? ¿De dónde saldrá lo que no consigamos aquí? será fundamental para pasar a la acción. Aunque no se esté haciendo de forma sistemática, existe ya una actividad importante en la esfera local. Muchas vecinas y vecinos, así como ayuntamientos, con apoyo de diferentes niveles institucionales, promueven, entre otras muchas acciones, autoconsumos y  comunidades de energía. Dada la efervescencia, podríamos decir que existe un claro afán democratizador de la energía en la pequeña escala. Por supuesto, hay que impulsar este despliegue de la pequeña escala y su consiguiente empoderamiento, pero nos atrevemos a decir que, simultáneamente, hay que reunir la ambición suficiente para escalar el proceso y proyectar un horizonte de preponderancia público-comunitaria para todo el sistema energético, que debe incluir el abastecimiento de los importantes volúmenes de consumo industriales y del transporte.

 

Tracción pública

La reconversión del sistema energético es una tarea formidable que debe ser desencadenada y alimentada por la iniciativa pública. Este impulso tiene tanto un componente técnico (de dinamización de procesos sociales y de resolución de problemas) como de respaldo económico para el mayor control social posible de las infraestructuras de generación en el territorio. Dadas las necesidades de inversión y la endeble capacidad de inversión actual de la administración pública, entendemos que, en una primera instancia, debemos combinar inversiones públicas, comunitarias y privadas, al menos hasta que tengamos la capacidad de abordar, con un músculo público fortalecido, las transformaciones necesarias. La tracción pública debe ser capaz de hacer prevalecer el interés común de la sociedad al interés lucrativo de los actores privados, centrando la mirada especialmente en las personas y colectivos más vulnerables.

A diferencia de nuestro entorno, en la Comunidad Autónoma Vasca existe un agente público de cierta dimensión en el sector energético; el Ente Vasco de la Energía (EVE) cuenta con activos que suman varios cientos de millones de euros, aunque su tradicional orientación hacia los combustibles fósiles (4) no permite, hoy por hoy, apoyarse exclusivamente en esta palanca, lo cual no obsta para exigir su inaplazable transformación hacia un horizonte 100%  renovable.

 

Nuevos modelos de despliegue

En la situación actual, con múltiples actores de diverso signo operando en el territorio, sería importante establecer unas condiciones para el despliegue de aquellos proyectos que incluyan la promoción, impulso o colaboración de agentes privados. La generación debe estar orientada a las necesidades energéticas del entorno, ofreciendo la participación en el proyecto a la ciudadanía (bien directamente o a través de comunidades energéticas), a las diferentes escalas de la administración pública, desde ayuntamientos hasta instituciones comunes, e incluso al tejido productivo cercano, parte del cual ha mostrado ya su interés en coparticipar en proyectos para acceder a energía renovable a precios asequibles. Debe existir un mecanismo que garantice el control público en el marco de un modelo que permita también la propiedad pública y comunitaria. Y, por supuesto, debe contemplar una actuación ambiental que compense el impacto directo de su implementación.

Más allá de las participaciones minoritarias de capital público a través del EVE en proyectos de cierta entidad (5), sobre las cuales no tiene ni capacidad de decisión efectiva ni, dado el histórico en el despliegue eólico, garantía de permanencia, se están explorando otros modelos de implementación que pueden tener un recorrido interesante. En concreto, la empresa pública noruega Statkraft, ha puesto sobre la mesa dos proyectos de centrales eólicas (6), que han sido presentados tanto en los ayuntamientos concernidos como en sendas sesiones informativas abiertas a la ciudadanía. En dichas sesiones, se ofrecieron a explorar formulaciones jurídicas novedosas para que los proyectos sean coparticipados tanto por la ciudadanía, las administraciones y las empresas interesadas de la zona. A expensas de poder confirmar la viabilidad de tal ofrecimiento (sobre el que nos consta que se está estudiando proactivamente) y de la aceptación de los agentes interpelados, los avances que pueden llegar de estas fórmulas novedosas pueden marcar un estándar que marcaría un camino interesante a recorrer. Si es posible establecer un mecanismo en el que existan múltiples ganadores, ¿Por qué aceptar un esquema en el que se ponen los recursos energéticos comunes al servicio exclusivo del beneficio privado liderado por grandes empresas del sector y fondos de inversión cuya única prioridad es la maximización del beneficio económico?

 

Conclusión

En definitiva, ¿qué estamos proponiendo? Hagamos un ejercicio colectivo como pueblo, intentando responder a las siguientes preguntas: ¿Qué modelo de bienestar queremos para nosotros y para las generaciones posteriores? ¿Qué es compatible con volver a insertar nuestra huella ecológica dentro de los límites planetarios? ¿Qué podemos mantener, que necesitamos transformar y qué queremos simplemente abandonar? Y a partir de estas preguntas, hagamos una reflexión honesta de nuestras necesidades energéticas, para lanzar un plan de despliegue ordenado y democráticamente planificado de manera que obtengamos, en un futuro cercano, la mayor parte de la energía que necesitamos en nuestro propio territorio, cuidándolo y cuidando a las personas que viven en él. El enorme reto energético que tenemos por delante puede y debe constituirse en un poderoso vector de transformación, catalizador de la transformación ecosocial, y para ello es imprescindible que el ecologismo político ajuste bien la brújula.

 


(1) En cierta medida, esto es algo que ya está sucediendo. La diferencia estadística entre la generación renovable autóctona (14% del consumo total) y el consumo total de energía renovable (alrededor del 17%) se debe principalmente a que el balance entre generación y consumo eléctrico es negativo (en 2021 se importó el 26% de la electricidad consumida) y a que prácticamente la mitad de esa electricidad importada tiene un origen renovable.

(2) Un estudio llevado a cabo en Zumaia sobre consumos energéticos totales y potencial renovable (FV en cubierta, eólica de mediana escala y biomasa) revelava que el potencial rondaría el 7% del consumo energético total del municipio.

(3) El estudio del Observatorio de Sostenibilidad para ALIENTE revelaba que el potencial máximo fotovoltaico en Hego Euskal Herria para espacios urbano-industriales y zonas degradadas sería de  8.435 MW. La generación rondaría el 10% del consumo energético actual.

(4) El Ente Vasco de la Energía posee el 50% de la regasificadora Bahía de Bizkaia Gas, el 25% de la central térmica de gas de ciclo combinado Bahía de Bizkaia Electricidad, el 10% de la incineradora de Zabalgarbi (donde el 70% de lo que se quema es gas) y, a través de su filial Hidrocarburos de Euskadi (participadas al 100% por el EVE, el 37,7% del permiso de explotación de gas Viura en La Rioja.

(5) El EVE participa, a través de su filial CADEM, en los proyectos Eólicos Azazeta, Laminoria eólica y Labraza (120 MW totales) con un 40% de participación (Iberdrola 60%) y en los proyectos fotovoltaicos Vitoria Solar 1 y 2 (100 MW totales, EVE 30%, Solaria 70%) Laminoria FV (40 MW. EVE 40%, Iberdrola 60%) y Ekienea (>100 MW. EVE 20%, 75% de Iberdrola, KREAN 5%).

(6) Statkraft ha presentado los proyectos Piaspe (32,5 MW) e Itsaraz (52 MW).

 

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