SINADURAK

Antonio Gomez Villar

Profesor de Filosofía de la UB y UAB

Retrotopía obrerista. La obturación de la imaginación

2021-02-24

Hace décadas que la izquierda asumió un horizonte posrevolucionario. Y ello nos situó frente a un presente impotente, generando una indefinición sobre el futuro y una carencia de utopías disponibles. Los significados culturales de la condición obrera cambiaron; y con ellos toda una cultura de identificación política. Más en concreto, lo que entró en crisis fue la identidad política organizada como clase obrera y el desdibujamiento de la lucha de clases entendida como lucha obrera.


Artículo publicado en el último número de la revista Disenso. Revista de Pensamiento Político, que incluye el artículo “Retrotopía obrerista. La obturación de la imaginación”.

 

“La revolución social no puede tomar su poesía del pasado, sino únicamente del futuro”,

Karl Marx

18 Brumario de Luis Bonaparte.

 

 

El Cuarto Estado (en italiano Il Quarto Stato), referido al proletariado, es una obra realizada en el año 1901 por el pintor italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo. Refleja a un grupo de proletarios en huelga. Se encuentra en el museo del Novecento, en Milán. Foto y descripción / Wikipedia Commons

 

Así, durante los últimos años hemos asistido al fin de la primacía social, política, cultural, teórica e ideológica de la clase obrera. “La imparable marcha de la clase obrera”, en el decir de Eric Hobsbawm[1], se detuvo, poniendo fin a la imagen simbólica del siglo XX como siglo obrero. Sin embargo, en los últimos años ha vuelto a resurgir con fuerza la hipótesis obrerista. Por obrerismo entiendo aquellas narrativas políticas que pretenden otorgar centralidad y protagonismo al trabajo como actividad social fundamental; el trabajo como categoría esencial del ser humano, como aquella dimensión que más nos iguala, la única dimensión universal compartida; y, desde ahí, propugnar la centralidad del sujeto obrero, esto es, la identidad obrera como agente de la transformación social.

El regreso del obrerismo tiene directa relación con nuestra particular coyuntura política presente, marcada por la frustración de las aspiraciones de cambio político luego del ciclo arrancado en 2011 con las múltiples ocupaciones de plazas a lo largo de todo el planeta –la primavera en el mundo árabe, el 15M en España, Occupy Wall Street en EE.UU., la plaza Sintagma en Atenas, etc. –, un repertorio modular de acción transnacional; y su continuación a través de diferentes experiencias de cambio, también frustradas, que irrumpieron en la arena electoral y en los espacios de representación política, tratando de recuperar el protagonismo ciudadano bajo nuevas formas y nuevas topografías subjetivas (Podemos en España, Syriza en Grecia, Jeremy Corbyn en Gran Bretaña o Bernie Sanders en EE.UU.). Tal frustración ha supuesto el surgimiento con fuerza de un nuevo repliegue intelectual identitario de las izquierdas como síntoma de la incapacidad, otra vez más, de su propia renovación. La forma concreta en la que se declina este repliegue tiene un nombre: vuelve la hipótesis obrerista.

 

«Por obrerismo entiendo aquellas narrativas políticas que pretenden otorgar centralidad y protagonismo al trabajo como actividad social fundamental; el trabajo como categoría esencial del ser humano»

 

Este resurgir del obrerismo viene acompañado de un gesto político propio, el gesto retrotópico. Antes de morir, Zygmunt Bauman escribió un libro póstumo titulado Retrotopía, un concepto que resulta clave para entender nuestras sociedades del siglo XX[2]. Por ‘retrotopía’ entiende aquellas situaciones en las que nostálgicamente recreamos e inventamos un pasado ideal e imaginario ante la ansiedad y la incertidumbre del futuro por venir.

El médico suizo Johannes Hofer acuñó el término ‘nostalgia’ en 1688, a partir del griego nóstos [volver a casa] y algia [deseo]. Esto es, un sentido restaurador de la nostalgia: antes que asumir las ansiedades que nos genera un futuro incierto, la nostalgia tiene la función reparadora y restauradora recuperando verdades inherentes a un pasado. Tal es el planteamiento obrerista: ante la carencia de imágenes y referentes para construir un futuro obrero, la ideología obrerista inventa retrotópicamente una imagen para el pasado, dejando huérfano el presente e incapacitado el futuro. La retrotopía es un régimen de visión, una narrativa que organiza las imágenes del pasado apuntando hacia un tiempo pretérito fantasmático. Es un conservadurismo sensible, existencial: una política de los afectos sobre una forma de vida pasada que no existió. Es una huida hacia un pasado en todo su esplendor, idílico, imaginado, desde el derrumbe del presente e impostando el futuro que retorna: la evocación de una memoria inexistente.

La novela El mensajero, de L. P. Harthey, se abre con la siguiente declaración: “el pasado es un país extranjero”[3]. Desde ese sentimiento de extrañeza que nos genera el pasado, el obrerismo se propone nuestra reconciliación con él, hacerlo cercano, próximo y familiar. La melancolía es la tonalidad emotiva desde la que reivindicar el siglo obrero perdido; es su mayor fuerza social, una motivación política poderosa: la familiarización con el pasado al tiempo que se introduce el extrañamiento en el tiempo presente. Por eso la melancolía es más un síntoma del presente que del pasado, un modo particular de responder a la desintegración de nuestras certidumbres actuales.

 

«Por ‘retrotopía’ (Bauman) entiende aquellas situaciones en las que nostálgicamente recreamos e inventamos un pasado ideal e imaginario ante la ansiedad y la incertidumbre del futuro por venir»

 

La melancolía separa la existencia de la clase obrera de su esencia, generando un desgarro: fue y ya no es. No se le puede dar cuerpo político porque es ausencia de sí, está hecha de nada. En esta encrucijada entre el obrerismo y la melancolía habita lo reaccionario, la tentación fantasmática de suturar la herida en el presente. La ideología obrerista es, ante todo, su falta. Es entonces cuando la melancolía se cierra sobre sí misma, se presenta autorreferencial e identitaria, pues está sustraída de toda posibilidad de cumplimiento. Es carencia de sí y defecto de lo otro, de lo que excede el concepto, que en nuestra particular coyuntura ha adquirido el nombre de “diversidad”.

Una concepción bien diferente de la relación entre la melancolía y la izquierda ha sido propuesta por Enzo Traverso, quien ha apelado recientemente a la melancolía como modo de acabar con el pesimismo de la izquierda y recuperar así la perspectiva de futuro[4]. Una melancolía afectiva (de emociones) antes que histórica (las victorias y derrotas que tuvieron lugar). Traverso investiga la dimensión melancólica de la cultura de la izquierda del siglo XX con el objetivo de pensar una izquierda que no evite la autocrítica respecto a su propio pasado; para que el duelo por lo que pudo ser y no fue no se convierta en resignación. Para él, la melancolía es un proceso habilitante y no paralizante, es la memoria y conciencia de las potencialidades del pasado, una forma de fidelidad a las promesas emancipatorias. Con parecido objetivo al de Traverso, Joke J. Hermsen defiende que la melancolía causada por una pérdida lleva implícita una promesa, la esperanza en un nuevo comienzo[5]. Aquello que nos falta puede transformarse en un alegato en favor de la esperanza.

Esta concepción de la melancolía, que atiende a sus potencialidades y la inscribe en una dimensión politizadora, es bien distinta del gesto retrotópico obrerista: tras el modo en que se aferran al pasado, existe un poso de pasividad y cinismo, que adquiere hoy una forma regresiva y reaccionaria. Antes que ser, al modo que la entiende Traverso o el propio Walter Benjamin[6], un viaje al pasado hacia el porvenir utópico, se trata de un regreso restaurador reaccionario. No existe liberación o emancipación como horizonte de futuro, sino un proyecto para proteger y defender lo nunca tenido. Se pierde así la promesa de que aquel compromiso pasado nos proporcionaría un camino claro y seguro: el mundo presente es oscuro y confuso; el pasado, claro y transparente.

 

«Adoptar hoy el punto de vista de la identidad obrera no produce ideología sino fe»

 

El obrerismo, en su intento desesperado por buscar a la clase obrera pura, olvida la lucha de clases real, la realmente existente, el proletariado real. El obrerista es un exiliado de su tiempo. Y en esa distancia, entre lo que es y lo que debería ser una determinada concepción unitaria y naturalizada de la identidad obrera–, en la búsqueda del proletariado en su representación ideal y no en su experiencia real y concreta, aparece la dimensión reaccionaria. Adoptar hoy el punto de vista de la identidad obrera no produce ideología sino fe. Es una negatividad antipolítica. De ahí su apelación al pasado glorioso, desde donde hipostasiar una identidad obrera, un imaginario fuertemente identitario que poder proyectar en nuestro presente descreído. El obrerismo se condena a sí mismo reducido a la mera exaltación, soslayando cualquier dimensión trágica en su constitución como sujeto político.

Wendy Brown, a finales de los años 90, apuntó a la melancolía ensimismada como uno de los problemas más persistentes en la izquierda[7], como una suerte de goce estético que bloquea cualquier intento de imaginación futura. Una fascinación por el pasado y sus ideales frustrados, un apego afectivo a una pérdida pasada que limita poder pensar más allá de ella; una “tendencia conservadora” que no permite alumbrar un nuevo “espíritu crítico y visionario”.

En el análisis de Brown, la izquierda es presentada como una estructura general de deseo: “hemos llegado a amar nuestras pasiones y razones de izquierda, nuestros análisis y convicciones de izquierda más de lo que amamos el mundo existente que presumiblemente queremos transformar con ellos, o el futuro que será acorde con ellos”[8]. Lo que se ha perdido, pues, no es solo una ideología, unos principios morales, una gramática política, un sujeto, una concepción de la historia o una utopía; se ha perdido, como apunta Brown, un momento histórico, una forma de vida.

 

«El obrerismo, en su intento desesperado por buscar a la clase obrera pura, olvida la lucha de clases real, la realmente existente, el proletariado real. El obrerista es un exiliado de su tiempo»

 

Jodi Dean considera acertado el análisis de Brown acerca de su descripción de cierta izquierda como melancólica[9]. Sin embargo, Dean sostiene que esa melancolía es el resultado del particular modo en que la izquierda se ha acomodado a la realidad, ha asumido la inevitabilidad del capitalismo y ha abandonado el compromiso revolucionario. Para ella, es menos acertado describir la izquierda en términos de una estructura melancólica de deseo que hacerlo apuntando a la fragmentación que hoy padece la izquierda o incluso señalando la melancolía como un síntoma de la inexistencia de la izquierda como tal. Y, además, apunta el surgimiento de un nuevo deseo comunista, a través de las aportaciones de Antonio Negri, Alain Badiou o Slavoj Zizek, que pondría fin a la melancolía de izquierda, en la medida que estos planteamientos han sabido elaborar y atravesar la melancolía. Un deseo comunista que logra romper con los circuitos repetitivos de la pulsión y que subjetiva su propia imposibilidad.

Considero que el planteamiento de W. Brown resulta más apropiado que el de J. Dean para analizar la singular estructura de deseo en el obrerismo. Además de la relación en torno a la melancolía y la izquierda de W. Brown, encontramos también importantes claves para pensar la vuelta del obrerismo en el texto de 1917 de Sigmund Freud, Duelo y melancolía. En él, sostiene Freud: “el objeto tal vez no haya muerto realmente, sino que se ha perdido como un objeto de amor”[10].

 

«La ideología obrerista es, ante todo, su falta. Es entonces cuando la melancolía se cierra sobre sí misma, se presenta autorreferencial e identitaria»

 

Foto. Unsplash / Sven Brandsma

 

Para Freud la melancolía es un “duelo patológico” no consumado e imposible. Por eso el melancólico sigue narcisistamente identificado con su objeto amado y perdido. En lo que a la relación entre el duelo y la melancolía se refiere, Freud entiende por duelo “normal” la aceptación exitosa de la pérdida de un objeto amado; y por melancolía “patológica” la identificación narcisista con el objeto perdido. Para Freud, si el sujeto logra hacer el trabajo de duelo, entonces vuelve a ser libre, vuelve a ser capaz de amar. De lo contrario, la melancolía se convierte en un estado de ánimo sombrío en el que el individuo pierde el interés en el mundo. El sujeto melancólico no sabe con claridad qué es lo que ha perdido exactamente, es un duelo sin objeto. Como el melancólico no sabe qué es aquello que causa su dolor, él mismo se convierte en la pérdida. El sujeto melancólico es aquel que nunca abandona el proceso de duelo.

Si la melancolía es, freudianamente, un duelo imposible, entonces la heroica clase obrera que nos presenta el obrerismo es tanto una experiencia terminada como una pérdida que no podrá ser reemplazable. El obrerismo inscribe la melancolía como transferencia libidinal: obvian que su objeto de deseo falta desde el principio, y lo que hoy proponen es una positivización imposible del vacío.

Escribe Freud: “si el amor es el objeto, un amor que no se puede renunciar a través del objeto en sí mismo, se refugia en la identificación narcisista, entonces el odio entra en funcionamiento en este objeto sustitutivo, abusa de él, lo degrada, lo hace sufrir y obtiene satisfacción sádica con su sufrimiento”[11]. Podemos decir que el apego obrerista a una identidad obrera pasada es narcisista. La melancolía por la unidad de la clase trabajadora no resiste la historicidad. Y ese narcisismo impide que surja el deseo de salir de la melancolía, por eso es una condición persistente y repetitiva: una identificación narcisista con el pasado con la que lamentar la pérdida de influencia en el campo político presente. De ahí, entonces, los discursos reaccionarios de izquierda, la acusación a la diversidad y las identidades culturales como fragmentadoras de la izquierda; y a la posmodernidad como marco ideológico que impide una explicación teórica coherente y objetiva del mundo.

 

«Como no soporta la desaparición de la identidad obrera, el obrerismo es incapaz de desear la lucha de clases. Criticando a las mal llamadas “luchas culturales”, subliman el deseo revolucionario en la pulsión democrática: las prácticas fragmentadas, el particularismo, la diversidad, lo micropolítico, etc.»

 

Al hacer visible el vacío obrero, al obrerismo la realidad se le desintegra. Pero he aquí una paradoja: que diversas expresiones de lucha antagonista ocupen hoy el vacío obrero es la única manera que tiene el obrerismo de mantener abierta la brecha, el vacío respecto del deseo obrerista. Dicho en otros términos, el declive en la propia estima del melancólico obrerista se manifiesta a través de reproches contra quienes ocupan hoy de manera bastarda el lugar del vacío obrero. El obrerismo está ante un vacío, un horror vacui: incapaz de encontrar nada que trascienda su propia derrota, va a al pasado retrotópicamente. La melancolía es el modo de organizar su propio pesimismo.

La cuestión clave es si el obrerismo quiere y desea la lucha de clases más allá de sus expresiones concretas o si desea únicamente su concreción como identidad obrera. Porque si es lo segundo, entonces la melancolía obrera no es la fijación en un objeto perdido que no puede hacer el necesario trabajo de duelo, sino más bien su fijación en los múltiples sujetos que dando cuenta de numerosas expresiones de antagonismo (el feminismo, el ecologismo, las luchas antirracistas, etc.) causan la pérdida del deseo emancipatorio en el obrerismo. Como no soporta la desaparición de la identidad obrera, el obrerismo es incapaz de desear la lucha de clases. Criticando a las mal llamadas “luchas culturales”, subliman el deseo revolucionario en la pulsión democrática: las prácticas fragmentadas, el particularismo, la diversidad, lo micropolítico, etc.

Se produce así un desplazamiento de la falta a la pérdida; y una segunda paradoja: como el obrerismo no puede perder lo que nunca se tuvo, sólo le queda poseer al objeto en tanto que pérdida, un anhelo metafísico de la realidad obrera cuya consecuencia será el fetichismo hacia lo obrero y su elevación a condición de absoluto. Pero no solo el apego a lo obrero, sino a la expresión original de su pérdida y el señalamiento de su verdugo: la diversidad. Para poder preservar la idealización de la izquierda es preciso introducir el odio. El odio a lo diverso como síntoma para preservar la identidad obrera.

 

«Los discursos reaccionarios de izquierda, la acusación a la diversidad y las identidades culturales como fragmentadoras de la izquierda; y a la posmodernidad como marco ideológico que impide una explicación teórica coherente y objetiva del mundo.»

 

No se trataría, entonces, de un deseo obrerista imposible –la carencia de un movimiento obrero revolucionario, esto es, un deseo sin objeto–, sino lo contrario: la presencial real y efectiva de la lucha de clases hoy les priva de deseo. El obrerismo vive una decepción permanente por la sucesión de gramáticas políticas, por sus demandas y, sobre todo, por el surgimiento de nuevas identidades políticas. Es como si la lucha de clases hubiese sido secuestrada por nuevas fuerzas y el obrerismo hubiera de rescatarla para devolverla al único sujeto capaz de llevarla a buen puerto: la clase obrera. Así, para el obrerismo siempre será imposible encontrar en el presente expresión alguna de antagonismo que puede satisfacer su deseo. Moraleja: un exceso de obrerismo puede acabar con la libido emancipatoria.

 

 

Referencias

Bauman, Z. (2017). Retrotopía. Barcelona, España: Paidós.

Benjamin, W. (2017). Sobre el concepto de historia. En Obras completas. Vol. II. Madrid, España: Abada.

Brown, W. (1999). Resisting left Melancholy. En Boundary 2. Vol. 26, núm. 3. (pp. 1927).

Dean, J. (2014). Deseo comunista. En Z. Slavoj (ed.), La idea de comunismo. The new York Conference (2011). Madrid, España: Akal.

Freud, S. (1993). Duelo y melancolía. En Obras Completas. Vol. XIV. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

Harthey, L. (2004). El Mensajero. Valencia, España: Pre-textos.

Hermsen, J. (2019). La melancolía. En tiempos de incertidumbre. Madrid, España: Siruela.

Hobsbawm, E. (1993). Política para una izquierda racional. Barcelona, España: Crítica. 

Traverso, E. (2019). Melancolía de izquierda. Después de las utopías. Barcelona, España: Galaxia Gutenberg.

Zizek, S. (2019). Contra la tentación populista. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Godot.

 


[1] Hobsbawn, 1993.

[2] Bauman, 2017.

[3] Harthey, 2004, p.11

[4] Traverso, 2019.

[5] Hermsen, 2019

[6] Benjamin, 2017

[7] Brown, 1999.

[8] Brown, 1999, p. 23.

[9] Dean, 2014.

[10] Freud, 1993, p.369.

[11] Freud, 1993, p.374

 

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