ERREPORTAJEAK

Galder Gonzalez Larrañaga

Editor de Wikipedia

QAnon, conspiración y negacionismo en la tormenta perfecta de la extrema derecha

2022-07-13

La industria del tabaco, y sus defensores, sentaron las bases para el descrédito de la ciencia con un arma novedosa: la duda. Toda esa maquinaria está, ahora, luchando para sembrar dudas sobre el cambio climático.


Foto. Jake Angeli, más conocido como el QAnon Shaman, se ha convertido en símbolo del grupo ultraderechitsa y conspiracionista QAnon, después del asalto al Capitolio de Washington realizado por los seguidores de Trump el 6 de enero de 2021. Foto: EFE

 

Libertad individual

Si hubiera escrito este texto hace unos meses, seguramente habría comenzado explicando qué es Q, qué relación tiene con ciertos movimientos que estamos viendo en nuestro entorno, y por qué nos tiene que importar. Pero en este tiempo he leído el libro “Los mercaderes de la duda” de Naomi Oreskes y Erik Comway, y creo que debemos empezar por el principio. Ya pasaremos luego a lo inmediato.

Oreskes y Comway demuestran, con miles de datos y documentos, cómo la industria del tabaco diseñó un entramado de relaciones públicas para intentar demostrar que el cáncer que su producto creaba podría haber sido causado por cualquier otro factor. Pagando estudios científicos, consiguieron tener pruebas para poder crear una duda razonable. La industria del tabaco, y sus defensores, sentaron las bases para el descrédito de la ciencia con un arma novedosa: la duda. El ruido, que impide ver cuál es el consenso científico, hacía que su negocio fuera rentable durante muchos más años.

 

«La industria del tabaco, y sus defensores, sentaron las bases para el descrédito de la ciencia con un arma novedosa: la duda.»

 

La trama de asesores científicos, empresas de comunicación y personalidades políticas creada para este fin fue utilizada después en todas y cada una de las batallas en las que el poder público no tuvo más remedio que tomar medidas que dañaran a las empresas privadas: la lluvia ácida, el humo de segunda mano, el agujero de la capa de ozono o el desarme nuclear son algunos de los lugares comunes dónde las mismas personas aparecieron, vendieron duda, y atrasaron la toma de decisiones en nombre del debate científico. Toda esa maquinaria está, ahora, luchando para sembrar dudas sobre el cambio climático.

Está una de las batallas clave: la necesidad de tomar decisiones colectivas que no nos condenen a la destrucción de nuestra salud y nuestro Planeta choca directamente con la libertad individual de hacer lo que nos dé la gana. Prohibir fumar dentro de una escuela infantil choca con la libertad de las personas fumadoras. Limitar la emisión de CO2 choca con la libertad empresarial. Es un choque entre mi derecho a hacer lo que quiera y mi obligación de responder ante la sociedad. Los mismos argumentos utilizados para negarse a usar mascarillas se pueden leer en un panfleto de la asociación FOREST (Freedom Organisation for the Right to Enjoy Smoking Tobacco) en defensa del tabaco... hace 30 años. Permitir al estado limitar dónde puedo fumar o si debo cubrirme la boca durante una pandemia abre la puerta al comunismo. No en vano, toda esa trama es hija de la Guerra Fría y su anticomunismo.

 

El caso del tenista Novac Djokovic en Australia encendió la protesta por la doble vara de medir hacia los inmigrantes en general y el trato privilegiado ofrecido al tenista. Foto: Matt Hrkac, CC BY 2.0

 

Globalistas, masones, judíos y la élite

Si en un discurso público uso varias veces la palabra judío, es posible que le piten los oídos a quien lo recibe. Por eso la extrema derecha ha variado la manera de decir lo mismo, de imaginar un enemigo exterior que quiere acabar “conmigo”, con un “nosotros” proyectado. Es un discurso de “ellos” contra “mi”. El comentarista ultraderechista Tucker Carlson, con su programa en primetime, se ha convertido en un altavoz de esta idea: una élite de multimillonarios con planes diabólicos para acabar contigo y tu manera de vida (cristiana, occidental, tradicional) e instalar un gobierno mundial comunista. Por loco te que parezca, cala. Este discurso de Carlson ha sido amplificado por canales negacionistas locales en todo el mundo.

Esta “élite”, a los que llaman “globalistas”, por no gastar el término “judío” o “masón”, quiere, directamente, matarte. Es la base de la idea que hay detrás de QAnon, la teoría de la conspiración de mayor crecimiento en la última década. ¿Qué son los “globalistas”? Imposible de limitar. Básicamente, son “ellos”, los que van contra “ti”. En la narrativa Q los globalistas son aquellos que quieren un gobierno global para imponer sus políticas, sean las que sean. Es obvio que cualquier suceso que te afecte a “ti” en cualquier lugar del mundo ha sido creado directamente por “ellos”. Los defensores de Q y otras variantes de extrema derecha consideran que entre sus objetivos está imponer una agenda política mundial (que acabe con tus libertades), homosexualizar a la población, promover el aborto entre los occidentales, reemplazar a las poblaciones blancas y cristianas por migrantes o, directamente, promover un genocidio mediante vacunas.

 

«La necesidad de tomar decisiones colectivas que no nos condenen a la destrucción de nuestra salud y nuestro Planeta choca directamente con la libertad individual de hacer lo que nos dé la gana.»

 

Frente a estos “globalistas” aparecen, aquí y allí, los “patriotas”, aquellos que defienden “tu” modo de vida frente a “ellos”. En la narrativa milenarista y mesiánica de Q, la Segunda Venida de Cristo está representada por Donald Trump, que quiere salvar al planeta de una élite comunista-masónica que trafica con niños y se bebe su sangre para permanecer siempre jóvenes. “Defender a los niños” es una de las ideas más repetidas por QAnon. Bolsonaro, Orban, Abascal, Le Pen o Putin son, claro está, “patriotas” que hacen frente a esta amenaza globalista.

Esta idea es paralizante para cualquier militante de izquierda. Simplificando: cualquier suceso, también aquel en el que yo participe, es parte del plan de la élite. Por ejemplo, todos los que digan que, efectivamente, existe un virus, que es contagioso, que es mortal y que lo mejor es tomar medidas profilácticas para combatirlo son, por defecto, comprados por esa élite. Una élite con recursos infinitos, poder infinito y capacidad infinita para comprar a millones de militantes, médicos, periodistas, científicas, partidos y sindicatos en todo el mundo. Tu gente de referencia, esa que no ha “despertado”, también es parte de la trama. Te han traicionado. Te han vendido. No son “tú”. Así, logran la parálisis.

 

Una seguidora de Trump con una foto de Jesucristo en el asalto al Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021. Foto: Tyler Merbler, CC BY 2.0

 

Contrapoder y alternativa en la perdición de la izquierda

Sería largo de explicar cuando las ideas de contrapoder y glorificación de lo alternativo calaron en la izquierda, pero nos ha arrastrado hasta aquí. Existen discursos que, sin pretenderlo, plantean que el lugar natural de la izquierda es hacerle frente al poder, en lugar de conquistar el poder. La conquista del poder, como tal, se considera una aberración, ya que el poder corrompe, el poder envilece. El poder, como tal, es visto como algo no deseable, incómodo, contradictorio. La posición de la izquierda, proclaman, es hacer frente al poder. A todo poder.

Construir alternativas, modos de vida en el que se dé solución individual a la asfixiante opresión de este sistema capitalista, es otro de los tótem adoptados por la izquierda en las últimas décadas. Y es lógico. Al fin y al cabo, desde que Tatcher proclamara que “no hay alternativa”, hemos intentando demostrar que la hay. Hasta tal punto que cualquier cosa que lleve la bandera de “alternativo” es más deseable que la oficial.

 

«La extrema derecha se ha erigido en la alt-right, la derecha alternativa. Una derecha a la que no le tiembla el pulso en erigirse en lo más alternativo que existe, en el contrapoder definitivo.»

 

De esta manera, la medicina y la educación alternativa es mejor que la pública; la verdad alternativa es algo a lo que aferrarse; la cultura alternativa es mejor que intentar ser cultura hegemónica. Lo alternativo/ individual, frente a lo público/ colectivo. Sería interesante analizar como la búsqueda de una idea alternativa nos ha alejado de la lucha por la hegemonía. De esta manera, la extrema derecha se ha erigido en la altright, la derecha alternativa. Una derecha a la que no le tiembla el pulso en erigirse en lo más alternativo que existe, en el contrapoder definitivo. Una altright en auge, defendiendo una manera de vivir que se extingue frente a “la dictadura de lo políticamente correcto”.

Y la izquierda, precisamente cuando ha conseguido que algunas de las luchas que ha mantenido en las últimas décadas se conviertan en hegemónicas, abraza el contrapoder y la verdad alternativa porque no se fía de la hegemonía que ella misma ha construido, no se fía de su propio poder, de su propia victoria discursiva. Si la ONU reconocen, en sus objetivos para 2030, que hay que hacer frente a la emergencia climática, que es hora de acabar con la discriminación de la mujer o que a nadie se le puede excluir por su orientación sexual... entonces ser alternativo, ser contrapoder, es hacerle frente a esta idea. El ecologismo, el feminismo o las luchas LGTB son, también, agenda globalista.

 

Tucker Carlson es un comentarista político ultraderechista, uno de los altavoces más importantes de las teorias de la conspiración en Estados Unidos. Foto: Wikimedia Commons

 

El negacionismo en casa

“Ellos nos mienten”. No hay explicación más sencilla y cómoda para lo que nos cuesta asimilar. Esa ola conspiranoica ha saltado por encima del rompeolas ideológico y llega ya hasta nuestras casas. Lo hace en euskara, lo hace de manera familiar y lo hace mediante personas que no son, ni han sido, de extrema derecha. Personas que abrazan una verdad alternativa por ser más atractiva que la realidad. Personas que, sea por ansiedad, miedo o soledad, han comprado la idea de la traición de los suyos, han abrazado el discurso de la extrema derecha, como tabla de salvación que flota tras un naufragio.

En el último año hemos visto como florecen, también en Euskal Herria, grupos conspiranoicos y negacionistas. No lo hacen desde posiciones de extrema derecha, sino desde ideas presuntamente libertarias, pero enmarcadas en la libertad individual frente al “totalitarismo científico” o “la dictadura médica”. Grupos, y sus blogs de referencia, que han dicho públicamente que, también la izquierda abertzale, está comprada por ese “globalismo internacional”; grupos que han dado voz y aplaudido a “Policías por la Verdad” y a otros sujetos con discursos proto-fascistas. Grupos cuyas manifestaciones, en las que se ha negado lo mismo la pandemia que la emergencia climática, han sido difundidas en los mismo canales que Vox utiliza para difundir sus bulos.

 

«Esta “élite”, a los que llaman “globalistas”, por no gastar el término “judío” o “masón”, quiere, directamente, matarte. Es la base de la idea que hay detrás de Qanon.»

 

La labor de la izquierda independentista, aquí y ahora, no es defender el status quo frente a los bulos y el negacionismo de la extrema derecha. Eso solo mejora la posición del status quo y de la extrema derecha. La izquierda tiene que ofrecer salidas colectivas ante la emergencia que solucionen las condiciones materiales de la gente, y lo tiene que hacer también frente a discursos que proponen la ruptura de los tejidos sociales para satisfacer apetencias personales. Hay que construir, en definitiva, poder político antes de que la destrucción de las estructuras que nos unen haga emerger a ese monstruo que habita entre las grietas de la descomposición social.

 

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